Cuando María ilumina la casa de los humildes

Según la tradición, un día del año 1749, una humilde mujer, de oficio
lavandera, vino a lavar su ropa al borde del lago de Maracaibo. En seguida,
vio flotando sobre las aguas una tabla de madera que se llevó a su casa
pensando que ella podría servirle para cubrir la jarra de agua que tenía en
el corredor de su casa.

Al día siguiente, la buena mujer oyó unos golpes, como si alguien la
llamase. Sale a ver y constata con estupefacción que en el corredor la
tablita de madera brillaba y que en ella se veía claro el rostro de Nuestra
Señora de Chiquinquirá (Colombia, 1586). La mujer corre por la calle
anunciando el milagro y numerosas personas vinieron a presenciar el
prodigio. La casa de la humilde mujer se transforma rápidamente en un lugar
de devoción, consagrado a la Virgen.

Poco tiempo después las autoridades de Maracaibo deciden transferir la
imagen milagrosa a la catedral pero en el camino, durante la procesión, la
tabla se vuelve tan pesada que los dos hombres que la cargaban no podían
avanzar. Todos los esfuerzos serían inútiles, hasta que uno de los
asistentes, por inspiración divina, sugiere que tal vez la Virgen no deseaba
ser llevada a la catedral sino más bien a la iglesia dedicada a san Juan de
Dios. En cuanto tomaron la nueva dirección la imagen recuperó su peso normal
y la procesión pudo continuar.

El 18 de mayo de 1920, el Papa Benedicto XV erige la iglesia de San Juan de
Dios en basílica menor; 193 años después del milagro, el 18 de noviembre de
1942, la Iglesia declara canónicamente el retablo de Nuestra Señora del
Rosario de Chiquinquirá de Maracaibo e instaura ese día el de su festividad
anual.


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