estaba cerca de nuestra, casa en un patio muy grande, donde muchos niños
jugaban. Unos reían, otros blasfemaban. Me lancé en medio de ellos, dando
gritos y golpeándolos para callarlos.
En ese momento apareció un hombre imponente. Su rostro luminoso me impedía
verle de frente. Me llamó por mi nombre y me dijo: - No es con golpes sino
con mansedumbre y caridad que vas a hacer de ellos tus amigos. Comienza a
hablarles de la fealdad del pecado y del valor de la virtud. Intimidado,
temeroso, le respondí que yo no era más que un pobre niño ignorante. Los
chicos dejaron de pelearse y de gritar, se agruparon en torno a Él. Yo le
pregunté:
¿Quién es usted para ordenarme estas cosas imposibles? Justamente, porque
parecen imposibles debes hacerlas posibles, obedeciendo y adquiriendo
sabiduría. - ¿Cómo puedo adquirir sabiduría? Te daré una institutriz. Con su
ayuda podrás llegar a ser sabio. -¿Pero quién es Usted? Yo soy el Hijo de la
Mujer a quien tu madre te ha enseñado a orar tres veces por día. Pregúntale
a Ella mi nombre.
Al instante vi a su lado una Señora de aspecto majestuoso, llevaba un manto
resplandeciente, como el sol. Se acercó a mí, me pidió que avanzara y me
tomó de la mano con bondad: Mira, me dijo. Entonces me percaté de que los
niños habían desaparecido. En su lugar estaba una multitud de cabritos,
perros, gatos, osos, y otros animales. "Este es tu dominio. Aquí vas a tener
que trabajar. Sé humilde, valiente y fuerte: y lo mismo que ocurre con estos
animales tú lo harás por mis hijos"
Volví los ojos y en lugar de los animales salvajes apareció una cantidad de
corderos saltaban, corrían, balaban alrededor del Hombre y de la Mujer como
si les quisieran rendir homenaje. Siempre en mi sueño, me puse a llorar y le
rogaba a la Señora que me explicara de manera más clara, pues yo no
comprendía lo que eso significaba. Ella me puso la mano sobre la cabeza y me
dijo:"Lo comprenderás en su justo momento."
Tras sus palabras, un ruido me despertó. Yo estaba estupefacto. Tenia la
impresión que las manos me hacían daño por los puñetazos que había
distribuido y que el rostro me ardía por las bofetadas recibidas de aquellos
pilluelos.
"Recuerdos autobiográficos": San Juan Bosco
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