Una mano disparó, otra desvió la bala (I)

El 13 de mayo, el Santo Padre había desayunado con el Profesor Lejeune, su
esposa y otro invitado, luego, con toda tranquilidad se dirigió a la Plaza
de San Pedro. Al dar la vuelta por la plaza, cerca de la puerta de bronce,
el turco Mehmet Ali Agja le disparó, hiriéndolo en el abdomen, en el codo
derecho y en el índice de la mano izquierda.

Nadie creía que esto hubiese podido ocurrir. Yo estaba detrás del Santo
Padre, aturdido, no lograba comprender nada. El ruido en la plaza era
ensordecedor. Todas las palomas alzaron el vuelo. Alguien había disparado,
pero quién podría ser? Me di cuenta que el Santo Padre estaba herido; pero
no veíamos señales de sangre. Entonces, le pregunté, ¿dónde? Y él me
respondió: en el vientre. Tiene dolor, añadí y asintió, sí. El iba en el
auto apoyado en mí; de ahí pasamos a una ambulancia. Su Santidad llevaba los
ojos cerrados, se notaba que sufría mientras repetía algunas oraciones
breves. Sobre todo, si mal no recuerdo: " ¡María, madre mía. María, madre
mía!"

El Dr Buzzonetti y la hermana Camila iban con nosotros en la ambulancia que
corría veloz, ningún tipo de policía nos acompañaba. La sirena comenzó a
sonar un centenar de metros más tarde. El trayecto que normalmente se hace
en media hora nosotros lo hicimos en ocho minutos en plena circulación de
Roma. Tiempo después, el Santo Padre me dijo que había guardado consciencia
hasta su llegada al hospital y que siempre estuvo convencido de que las
heridas no serían mortales.


Testimonio de Monseñor Stanislas Dziwisz,
Citado por André Frossard en "N'ayez pas peur. Dialogue avec Jean-Paul II"
(Robert Laffont, París, 1982) - p.333 a 345)

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